ALZHEIMER
Los dos tramos de escalera son su pesadilla, su suplicio diario: apenas consigue respirar a través de ese par de viejos bronquios arruinados por el tabaco.
Abre la puerta del piso y, casi sin aliento, llama a su mujer:
—María, María, ¿dónde estás?
Nadie contesta. Alarmado, pasa al dormitorio, y en su cama (esa que comparte con ella desde hace más de sesenta años) ve a una joven durmiendo. Es bella, y está casi desnuda. Se acerca a ella y la despierta agresivo, zarandeándola:
—¡¿Quién es usted?! ¿Dónde está María?
Ella abre los ojos y entre sueños le pregunta:
—¿Qué pasa? ¿Por qué chillas?
—¿Qué hace usted en mi cama?, ¿dónde está mi esposa? ¡¿Qué le ha hecho?! ¿Qué ha hecho con ella? ¡Maldita, la voy a…!
La mujer intenta calmarlo:
—Tranquilo, tranquilo cariño, échate a mi lado, te haré un masaje, ya verás: te sentará bien.
Se derrumba en la cama, destrozado. María le quita la chaqueta, los zapatos, lo acaricia… se va relajando.
—Tus manos, son beneficiosas, ¿lo sabes?
—Sí lo sé amor, siempre me lo has dicho.
—Te veo tan joven, tan guapa… te quiero tanto…
—Y yo a ti. Eres el amor de mi vida.
—Y tú el mío. Sigue, sigue, no pares, María, no pares.
Y se va adormilando… y sueña con ella cuando eran unos críos, cuando se prometieron amor eterno. Era una niña tan inocente, tan bonita…
Qué imágenes más queridas, qué tranquilidad le invade… poco a poco, suavemente, va dejando de respirar.
HFP