Clotilde era tan leve, lejana, espiritual, tan hermosa, tan superior, que todas, todas sin excepción, quedaban, solo con verla, turbadas ya de por vida. Pero ¡ay de aquellas desgraciadas que tuvimos la fortuna divina de ser advertidas por ella, por esa divinidad, de recibir un roce de sus labios, una leve caricia de sus dedos o un simple contacto visual, personal! Esas, confundidas, extraviadas, olvidadas de cuanto fueran nuestras vidas anteriores, reducidas a la esclavitud de ese ser superior, ajeno, de esa coleccionista de almas femeninas… esas, perdido el libre albedrío, enredadas quedamos y enredadas vamos a seguir por siempre, en su suave, poblada, infinita melena.